XVIII Jornada de la Vida Consagrada

CLAR“Rehabilitados ahora por la fe, estamos en paz con Dios por obra de nuestro Señor Jesucristo, pues por él tuvimos entrada a esta situación de gracia en que nos encontramos y estamos orgullosos con la esperanza de alcanzar el esplendor de Dios.

Más aún, estamos orgullosos también de las dificultades, sabiendo que la dificultad produce entereza, la entereza calidad, la calidad esperanza; y esa esperanza no defrauda, porque el amor que Dios nos tiene, inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha dado” (Rm 5,1-5)

Después de haber celebrado el Año de la Fe, comparto con ustedes, hermanas y hermanos en el mismo camino del seguimiento de Jesús, en este día de la Vida Consagrada, una reflexión hecha a corazón abierto, sobre lo que he escuchado de muchas consagradas y consagrados, y lo que yo misma experimento como anhelo, como esperanza delante de nuestra Vida Consagrada.

Espero en una Vida Consagrada que empieza a vivir ya su futuro, que aquello que anhela lo empieza a hacer historia hoy, que lo que sueña lo sueña con los ojos bien abiertos, y que le pone pies a esos sueños, los viste de realidad en lo incipiente y cotidiano, en los pequeños intentos audaces, humildes y creativos.

Espero en una Vida Consagrada que “no se deje robar la esperanza”, con mujeres y hombres felices, alegres en la tribulación, que irradien la alegría de haberse encontrado con Jesús, de seguirlo, y que contagie esa alegría y esperanza al mundo entero.

Espero en una Vida Consagrada con “ancla”, con centro, con horizonte y rumbo, porque la Palabra de Dios dice que la esperanza es “el ancla del alma” (Cfr. Hb 6,19-20), donde las consagradas y los consagrados vivamos enraizados en el corazón de Dios, en el corazón de la humanidad; que en medio de las turbulencias del mar de la historia, se mantenga firme “en la esperanza que no defrauda”, segura en Aquél que contiene y sostiene su vida.

Espero en una Vida Consagrada más vulnerable, que se deja tocar en sus formas, en sus estructuras, para rediseñarlas, ensancharlas, minimizarlas, de manera que tenga menos muros y más ventanas, para acoger más a la Ruáh Divina, al Viento-Espíritu, y sea Él quien construya su casa, sus comunidades, sus instituciones y pastorales; que se deja tocar también en su fondo, en sus maneras y actitudes, para que hable más con los gestos, con el testimonio comunitario, con opciones más evangélicas que le devuelvan su credibilidad y profecía.

Espero en una Vida Consagrada que suelte las amarras de las seguridades pasadas, que se lance mar adentro y vuelva a echar las redes al mar; que venza los desánimos, los cálculos matemáticos, las estadísticas, y que desaprenda sus maneras de ser y hacer para que aprenda de Jesús a echar las redes en el lugar y en el momento que Él vaya indicando: “Señor, en tu Nombre echaré las redes” (Lc 5,5).

Espero en una Vida Consagrada que fortalezca la fraternidad, la sororidad, de manera que al ver a una, a uno, nos vean a todas, a todos. Que al mismo tiempo deje florecer la diversidad, como director de orquesta que permite que cada instrumento interprete a su manera y en armonía, la misma Obra, que es el Reino.

Espero en una Vida Consagrada que pueda decirle al mundo que el ser hermana o ser hermano es la llamada fundamental de la vocación cristiana: si somos hijos, somos también hermanos; que con su manera de vivir sea memoria viviente de aquellas y aquellos que siguieron históricamente a Jesús, sin asegurarse en sus títulos, sin jerarquías, sin privilegios, sin otra encomienda que la de servir hasta dar la vida por los demás; una Vida Consagrada que se complemente y enriquezca con los valores femeninos y masculinos de los diferentes institutos y carismas.

Espero en una Vida Consagrada que sea mistagógica, maestra de espiritualidad, que conduzca por los caminos del Espíritu y que en su misión y en todo su ser y quehacer, lleve al encuentro con el misterio del Dios en nosotros y con nosotros.

Espero en una Vida Consagrada que, como nos dijo el Papa Francisco, ¡abra sus puertas!, se plantee nuevos horizontes, nuevos escenarios o nuevas formas de ser y estar, en fidelidad creativa a su carisma y misión propias.

Espero en una Vida Consagrada que vaya “a las márgenes existenciales del corazón humano”, que no sea auto-referente, que salga de sí misma de una vez por todas, invirtiendo pasión y vida en responder concretamente a las llamadas del Espíritu en el hoy.

Espero en una Vida Consagrada que vuelva continuamente al corazón a la Palabra, de la teología, es decir, al Amor de Dios “que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5,5); que contemple con nueva mirada el misterio de la Redención, de la desmesura del amor gratuito de Dios que “ha primereado” en el Amor, y el misterio de la Encarnación, de este Amor que no puede entenderse ni expresarse sin carne, sin realidad, sin compromiso que brota del “tocar la carne de Cristo” en las y los hermanos.

Espero en una Vida Consagrada que viva despierta, agradecida por su hermosa vocación, con un fuerte sentido de identidad y pertenencia, de manera que por ella misma sea convocadora, y a través de su testimonio comunitario haya una nueva primavera vocacional en la Iglesia.

Espero en una Vida Consagrada atenta, con mirada taladrante, que sepa ir a las causas del dolor, del sufrimiento humano, de la injusticia; que al mismo tiempo no pase de largo ante tantas hermanas y hermanos tirados al borde del camino y que solicitan un corazón samaritano. Una Vida Consagrada que sirva de “sensibilizadora de humanidad”, de “ablandadora del corazón” ante lo que tal vez ya se nos ha hecho costumbre, o ya no es noticia, como el que alguien muera simplemente de hambre o de frío a las puertas de nuestras ciudades, o en las marginalidades.

Espero en una Vida Consagrada comunión, que la cocine a diario como pan cotidiano en cada una de sus comunidades, que erradique las descalificaciones entre hermanas y hermanos, las críticas, el carrerismo, la competitividad, el individualismo, y desde ahí sea fermento de comunión que genere nuevas formas de relacionarnos, de dialogar, de ponernos de acuerdo en construir un mundo de hijos y hermanos.

Espero en una Vida Consagrada más humana y humanizante, que no abarate el seguimiento de Jesús, pero que sí humanice sus formas de vivirlo desde el trato sencillo, amable, atento, desde el cuidado mutuo, la gratitud, la comprensión y compasión, porque sólo desde el amor nos podemos ayudar a crecer y madurar como personas.

Espero en una Vida Consagrada humilde, consciente de sus luchas, de sus miserias, de sus incoherencias, y que por eso se siente fortalecida y confortada por la gracia de Dios, se vuelve artífice de paz, y desde esta experiencia “hace lo que puede, como puede, confiada en que la Obra es de Dios”.

Espero en una Vida Consagrada, ésa que sí tiene futuro, ¡porque lo tiene!, pero sólo en la medida que este futuro lo traiga al presente, y desde ahí se viva con pasión, con sentido, con profecía; una Vida Consagrada que no se desanime ante “los profetas de calamidades que proclaman el fin o la sinrazón de la vida consagrada” (Papa Benedicto), sino que revestida de “las armas de la Luz”, “permanezca despierta y vigilante” como “centinela de la aurora”, en medio de la más intensa noche; que más que buscar nuevos paradigmas que le resuelvan su angustiosa incertidumbre, se mantenga como buscadora del Sol, reinventándose, renaciendo “de claridad en claridad”, a la escucha dócil y disponible del Espíritu: “por su naturaleza la Vida Consagrada es peregrinación del Espíritu, en búsqueda de un Rostro que algunas veces se manifiesta y otras se vela” (Papa Benedicto XVI, 2 de febrero de 2013).

Espero, en fin, en una Vida Consagrada que “no se deje vencer por el desánimo”, y que “espere contra toda esperanza”, porque sabe que “el Espíritu trabaja: no se ve, pero existe” (Papa Francisco). La esperanza genera tensión, audacia, valentía, “ardiente expectativa”, y “no defrauda”, nos lo dice san Pablo (cf. Rm 5,5).

Que María, la Virgen de la Esperanza, “Señora de la noche y la mañana”, nos oriente como Estrella en este caminar que como Vida Consagrada caribeña y latinoamericana estamos haciendo: “no es fácil la esperanza” nos dice el Papa Francisco, y menos en estos tiempos.

Nuestro Icono de Betania puede significar hoy también casa de esperanza, donde se anticipa el futuro, la vida, la unción, y se vive la tensión del amor-servicio dispuesto aún a la entrega de la propia vida, para que “nuestros pueblos tengan vida, y vida en abundancia”.

Y como ya se nos ha anunciado recientemente, que a partir del mes de octubre del presente la Iglesia dedicará el año a la Vida Consagrada, queremos agradecer al Papa Francisco esta iniciativa tan del Espíritu. Vivimos ya desde ahora, en “ardiente expectativa”, este gran regalo para todas y todos los consagrados. Gracias, Papa Francisco, porque con tu vida, tu palabra y tus gestos, nos has tocado el corazón, y nos mueves cada día y sin descanso, a vivir con mayor gozo y entrega nuestra consagración. La Vida Consagrada caribeña y latinoamericana ora y hace orar por ti.

En un mismo Espíritu,

Mercedes L. Casas Sánchez, fsps
Presidenta de la CLAR
2 de febrero de 2014

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